domingo, 11 de enero de 2009

GRACIAS ;)

[Antes que nada, este texto no es mío. Así que, gracias ;) ]



Un día cualquiera, una clase aburrida. Faltaba poco para irnos y descansar por fin de un día duro.
Por fin llega la hora; salgo de clase con un amigo y me encuentro con Marta.
- ¡Dani! ¿Dónde vas?
- A casa, hacía mucho que no tenía un día tan malo...
- ¿Te acerco? Tengo el coche.
- No, no hace falta. Iré andando.
- Venga, ¡no me cuesta nada!
- Está bien. ¡Te debo un favor!

Subí al coche y, poco antes de llegar a mi casa, ella cambió de dirección.
- Pero... ¿dónde vas? Por aquí no se va a mi casa...
- ¿Quién ha dicho que vayas a casa? – contestó con esa sonrisa tan suya.
- Pero... entonces... ¿dónde vamos?
- ¿Sabes guardar un secreto?

Cuando me dijo esto, lo entendí todo.
Me llevó lejos, muy lejos. Yo nunca había estado allí, y no sabría cómo volver. Viajábamos por una carretera muerta, una recta infinita, sin nada alrededor. A cada centímetro que nos alejábamos del mundo real, ella aceleraba más y más, como si intentara jugar con el tiempo que íbamos a estar juntos.
¿La música? Era tal mi emoción que no recuerdo sonidos, sólo sé que no oía ni mis pensamientos...
Por fin, llegamos a una casa aislada. Estaba cerca de un bosque, y se oían los relajantes golpes de una cascada. Nadie a kilómetros pero, ¿qué más daba? No me preocupé por nadie y tampoco pensé que nadie se preocupara por mí. Todavía estaba intentando asentar la cabeza, pero ¿dónde estaba?
Ella no dijo nada. Sólo empezó a acariciarme la mano. Después la espalda. Yo estaba perplejo, sólo podía dejarme llevar... ¿Quién podía resistirse a esos besos? ¿Quién a esa mano que calentaba mi cuerpo y que lo ardía en llamas? Algo totalmente nuevo, algo tan excitante...
Me sacó del coche entre besos y más besos. Al principio eran dulces, pero poco a poco se convirtieron en mordiscos y lametones.
Cuando me di cuenta, estaba dentro de la casa. ¿Qué tenía ella que me nublaba la mente? Los ojos no se me abrían, mi cuerpo no me respondía, sólo pedía más y más...
Me llevó hasta su cuarto, su secreto. ¿Qué hacía yo allí?
No me dejó ni hablar, aunque tampoco podía... Poco a poco me fue quitando la ropa. Me empujó, caí en la cama y, por fin, mis ojos se abrieron. Pero no veía nada...
- Relájate, no te preocupes. Hoy sabrás lo que es el placer, sentirás lo que nunca has sentido.
Esas palabras quedaron grabadas en mi mente, con esa voz tan suya, tan suave y delicada. Pero en mis oídos sólo había fuego.
Sacó del armario una venda y me tapó con ella los ojos. Se acercó y me susurró con voz sensual:
- Que tu cuerpo vea lo que tus ojos no pueden.
Sentí cómo se erizaba mi piel, sentí la suya rozándome. Sentí en los dedos una sensación tan fuerte, incluso peligrosa... Me apartó las manos y sentí otra vez sus labios por mi cuello. Qué imagen tan viva recuerdo... Sentí cómo su corazón tocaba al mío, como su pulso se aceleraba. Sus gemidos se convirtieron en gritos. Y, ¿los míos?
Yo también gritaba, pero nadie me oía. Mi garganta no funcionaba, no sé cómo respiraba...
Ella cada vez gritaba más alto y más frecuentemente pero, ¿nadie podía escucharnos? Conectó tanto conmigo que me leyó la mente.
- Estamos solos, tú y yo. Y así seguiremos.

Llegó la noche y, con ella, el cansancio. Mi cuerpo no podía más, ¿cómo era posible que estuviera tan cansado?
Había perdido la venda y no me había dado ni cuenta. Ella cayó rendida en mi pecho, quería sentir mi corazón. Apoyó su cabeza al lado de la mía.
Era invierno y, sin embargo, parecía que estaba en pleno desierto. Sudor imparable, calor sofocante. Mi cuerpo no pudo más y caí en un profundo sueño, tan placentero como aquel día...


- Oye Dani, que te has quedao’ dormido, ¡despierta! Hace 10 minutos que acabó la clase, ¡vamos!
- Mierda, otra vez...

Según salí por la puerta me encontré contigo. Me dijiste:
- ¿Te acerco? Tengo el coche.
Y yo pensé: “¿será posible?”


5 comentarios:

Racxo dijo...

Y obviamente monto en el coche...

vamos..digo yo!!!

gualizoe dijo...

Pues no, Óscar... en realidad nunca llegó a subir en mi coche.
(Y de fondo se oyó un "ooohhhh.. :( "
:P )

Racxo dijo...

buah! pues el se lo pierde :P

Anónimo dijo...

Un poco idiota sí es, soy yo y no lo dudo. Quiero pensar que el destino no le dejo subir a ese coche

tartucas dijo...

seré tu coche por un día
Te ofrezco este paseo de amor

Piensa que no recuerdo las veces que se ha montado dentro de mí.
Piensa que existo solo en el recuerdo vago de la distancia.
A veces, la gente, y sobre todo ella, cree que estamos desprovistos de alma. Craso error. ¿Que nuestra alma es metálica?, ¿Que nuestra alma es ancestral?. Pero no por eso deja de serlo. O al menos, y suponiendo que no lo fuere, yo siento, yo pienso, yo recuerdo, luego algo hay.
Cuando después de 20 años sin casi mirarme, casi habiendo perdido la ilusión que, es cierto, solo a veces, soy capaz de insuflar en la gente que me monta, cuando por fin ella llegó a subirse en mí, lo festejé como una fiesta se merece. Como esa vuelta al círculo pasado.
¿Que tuvimos un accidente aquel día? Pues bien. No siempre pasa lo mismo. A veces, es cierto, solo a veces llego con mi pasajero al final del todo. Pero he de decir en mi defensa, que no toda la culpa es mía. A veces, aunque solo sea a veces, es que quien me monta suele adormilarse, o llora y las lagrimas no le dejan ver la ruta y sin comprender que no sirve, le dan al mando de mi limpiaparabrisas pensando que la culpa es de las inclemencias del tiempo. Segundo craso error.
Pero se montó.
Por un instante y cuando comenzó a acariciar mi volante, pensé que no introduciría la llave, el código que hace que ronronee mi motor, por otra parte y aunque esté feo decirlo, es perfecto y lo conservo, se conserva perfectamente lubricado. Pienso que todo es cuestión de código. Solo hay un código para esto. Nunca ha habido otro, pero parece ser que la gente se empeña en cambiarlo a cada momento, con lo que me equivocan y se equivocan ellos en la contradicción que ello supone.
Esta vez no.
Esta vez acarició mi volante y tras un buen rato de permanencia en mi interior y en un estado de terrible duda aunque arrojada, me miró entero como buscando en mi interior la solución a una nada que me embargó.
Silencié mis mal lubricados rodamientos, mis ballestas para que con su ruido, si lo había, no la hicieran desistir. Y quedé mudo, hierático, aunque persistente. Solo un milagro hizo que no arrancara yo solo y me condujera solo hasta el fin, o el principio, o la nada, o el todo, o al menos una vuelta para desengrasar las conciencias, o los recuerdos, o la satisfacción de no llegar al final de la carne al principio del viaje.
No tuve que hacer nada extraordinario. La vida por si es extraordinaria, las fuerzas son extraordinarias, ella, al fin, es extraordinaria.
Ella dio media vuelta a la llave que cuelga a la parte derecha de mi volante y claro, mi deseo tanto tiempo esperado, mis ansias de comerme el asfalto, mi nostalgia de tiempos vividos, hicieron que comenzara a ronronear como el mejor de los vehículos.
Ella, lo sé, ha arrancado sin saber a donde va, o sin saber si debe ir aunque sepa donde va, o sin saber si arrancando va a ir a donde ya estuvo y no fue, o si acaso fue no lo fue tanto, o sabiendo que puede dejar la comodidad por una utopía, o manifestándose, jactándose de conocer el camino de vuelta a la reclusión.
A pesar de todo, lo capto, piensa que sí va a llegar, yo diría que lo huele.
Entiendo la dualidad que le confiere el momento en el que sin saberlo acaricia el volante en clara huida, en claro encuentro. En clara discrepancia de ella misma.
Pero se siente segura.
Se siente fuerte aunque sola.
Por primera vez en el tiempo, por primera vez sale de ese refugio de la intelectualidad y se lanza a su encuentro atenazando mi volante. No hay nada de casual en la decisión que se toma. En su caso es aun más, si cabe, causal. Me despojo de lo terreno cuando muero, de la ropa cuando amo, de la razón cuando... conduzco. Dejo atrás los corsés cuando conduzco y ... sí, ¡que mierda! Dejo también mis disciplinas de cuerpo y paro.
Mas tarde ella había comido unos bizcochos de grasa y mi asiento delantero tenía algunas migajas.
Pero no importa.
Eso se limpia y no queda recuerdo tan siquiera, pero me alegra el momento y arrecia mi ronroneo. La noto rebosante, divina, alegre, casi llorosa, mientras acaricia mi volante y alimenta mi combustión con presiones intermitentes en mi pedal de aceleración. Aun la noto, a pesar de su aceleración, mi aceleración, escéptica. Piensa que este viaje es un vehemente deseo de recogida de la tardía almendra .
La noto algo más tranquila cuanto más nos acercamos a... no sabe dónde, pero a veces mira el paisaje que le brindo desde mis ventanas y la extrañeza se abre paso en su mente intentando disuadirla. No es como un sabado conocido, no es un territorio explorado. ¡Claro que no! Cada vez es distinto el paisaje que se divisa a través de mis ventanas. No en vano nadie se baña dos veces en el mismo río . Lógico es que le resulte el paisaje desconocido.
Esto atenaza seriamente mi tubo de escape en el temor de que me obligue a dar la vuelta.
Que se imponga la seguridad del luto de las cortinas del invierno a la fogosidad del paisaje que se vislumbra.
Ya me ha pasado, esperarla para llevarla aunque solo fuera a comer cerca de un río a pocos kilómetros de donde duerme su nada, pero solo he recibido un roce, o una mirada, nada.
Pero por fin está conmigo.
Ya más calmada, ya mas osada.
Convierto la ruta en autopista para ver si alimenta mi voraz apetito, y lo hace. Brinco y mi ronroneo se dispara, y mi cuentakilómetros marca 160. esto va bien... espero.
Pero otra vez el temor se apodera de este mágico momento. Ahora busca en su centro la excusa de la necesidad, el deseo de disfrutar de un buen asado, como si eso fuera creíble yendo montada dentro de mí. Al fin la música la hace desistir de esos pensamientos (menos mal) y Ute Lemper en All That Jazz hace que se vuelque más en el principio del viaje. Es una pena que entre los cientos de cds que se ha traído, no esté Sultans Of Swing de Dire Strait, donde la guitarra envuelve en una danza perceptible a la voz que se intuye, una provocación constante de llamada al amor, a la fijación en el tiempo de la percepción. El cortejo, la seducción, aunque la voz no se de cuenta de ello, aunque la guitarra al final muera encendida en la hoguera de su necesidad en claro recuerdo del gran poema “mariposa no solo no cobarde, más temeraria, fatalmente ciega...” faltándole poco para llegar al zarandeo de aquel otro poema “párate OH sol, yo te saludo, y estático ante tí me atrevo a hablarte...”
No nos desviemos de nuestro encuentro, de nuestro relato.
“El primer amor es el que vale, los demás son incondicionales” . Me viene a la memoria este ¿recuerdo? cuando la veo pasear por aquella plaza buscando la riqueza, que no existe, por aquella rivera buscando el agua, que escasea.
Antaño no existían las moscas, al menos no molestaban. Ahora afloran en cada rincón, en cada agustática ingerencia, pero bueno, no tiene por qué ser como al principio. Puede ser que aunque un poco y desde la serenidad que confiere lo vivido, se parezca, se acerque al sueño. Pero vuelven las dudas con el calor que antaño no se notara, o no importara, con aquella señora que porta un tipazo de escándalo, ¿cómo yo voy a poder competir?.
Me tiemblan los neumáticos, cuando desde el aparcamiento la observo a través de los cristales y su ceño me habla de duda, de querer alargar el encuentro. Esta es capaz de retrasarse sin causa alguna, pero se disipa mi angustia cuando se introduce en mí en claro “amanecer, de así habló zaratustra” y vorágine de exultación se dispara contra los 35 Kms. que aun restan.
Al parecer esta proximidad le hace ver a través de mis cristales un paisaje distinto lleno de amarillos.
Un último destello de inseguridad la hace mirar hacia mi espejo retrovisor, desde el que, lógicamente, le devuelvo una imagen festiva, alegre, segura, confiada, con la que pretendo decirle que sí, que está haciendo lo que está haciendo.
La nostalgia ya no es nostalgia. Ya es presente que se le detiene en la retina, en la garganta. En cada lomo de burro que se encuentra, en cada casa vieja, pequeña que se le interpone, en cada bicicleta y en ese aire que cada vez se hace más y más fresco.
Ya he terminado mi cometido. Ya la imbuye el recuerdo de lo que fuera en un principio.
Ya degusta cada rincón olvidado, cada recoveco de la historia, cada vinculo que derrocha sensación.
Ya entra en la dualidad que le confiere el destino. Su propio yo. Su huida de. Su acercamiento a. Siendo “de” y “a” lo mismo pero contrapuesto.
Ha llegado.
Ya no depende de mí.
Solo soy el vehículo para llegar.
Jamás he interferido en el resto.
No se me puede acusar de romper nada.
Sí acaso de sumisión.
A veces he llorado por esa puta sumisión que me ha hecho volverme apenas comenzado el viaje.
Pero no es el caso.
Hoy me siento bien.
No quiero interferir.
No quiero saber de sus pensamientos en sonrojo devenidos, no quiero ver como mira cada esquina, las viejas piedras de la iglesia, el recuerdo de unas manos en su pelo, las vidrieras de colores, un supermercado, cada cosa que se ve en cada ciudad sin diferencias notables, pero que en esta están impregnadas de ÉL con su mayúscula perfilada hasta el extremo de que casi duele.
Al fin quedo a su espera mientras el reloj celeste de la cúpula se apaga en la intimidad del momento negándose a dar la hora de la vuelta, porque...
No hay vuelta.