lunes, 29 de diciembre de 2008

Me regalaste vida.

Invierno en las antípodas. Aquí hace calor, y se deja la ventana abierta para el violador de sueños. Él se sienta en la cama, a tu lado. Y te destapa. Y te dibuja el cuerpo a base de caricias. Sus manos te queman la piel. Pero cuando te despiertas bañada en sudor, no ves a nadie. Te levantas y te aceras a la ventana en un absurdo intento de refrescarte...
... y entonces te tapan los ojos. Sabes quién es sólo por su olor. Intentas destaparte los ojos, pero te agarra la mano. Intentas tocarle con la otra, pero puede contigo. Y mientras luchas con las ganas de rendirte, él no deja de besarte el cuello.
Cuando le gimes que no aguantas más sin verlo, te suelta. Te giras, y el deseo en su mirada es una ola de calor. Lo llevas a la cama, llenándolo de besos. Se tumba, y tú te sientas encima. Le miras a los ojos, y le preguntas "por qué"...
- Te estoy regalando la vida que sueñas...


Por fin, valiente. Por fin saltaste por la ventana.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Soñadora.

Susan siempre fue una soñadora.
Le encantaba ir sonriendo por la calle, y ver cómo la gente se reía al no entender su absurda alegría.
Se pasaba las estaciones esperando a que llegara el invierno con su nieve. Gastaba anocheceres mirando por la ventana, ansiosa de ver copos de nieve cuajando en las aceras. Y, entonces, salía a la calle. No importaba el frío que hiciera, cuánto nevara, o lo tarde que fuera. Siempre salía. Y salía descalza. Porque le encantaba notar cómo se deshacía poco a poco la vida bajo sus pies. Sí; le encantaba ver cómo la gente se reía al no entender el por qué de su absurda alegría.
Cambiaba las sábanas de su cama dos veces a la semana. Las planchaba hasta que no tenían ni una sola arruga, porque le encantaba tumbarse y dejarlas llenas de cicatrices mientras ella no paraba de dar vueltas y reírse al ver lo efímero de todo.
Susan siempre fue muy coqueta.
Aunque no lo reconocería, siempre le gustó que los chicos se quedaran mirando su cara de despistada cuando iba paseando por la calle.
Los sábados la miraban porque era la chica más guapa de la ciudad. Susan decía que los sábados había que celebrarlos. Y cada vez que le preguntabas por qué, se inventaba una excusa diferente.
Los domingos la miraban porque siempre iba vestida 3 tallas más que la suya. Susan decía que los domingos eran el día del descanso universal, que los domingos no eran el día para ponerse guapa. Decía que, además, verse pequeña dentro de ropa grande era un reflejo de lo grande que creía que era el mundo para ella.
De lunes a viernes, Susan era una chica normal. Pero rodeada de un encanto al que nadie escapaba.
Al salir del trabajo, de camino a casa, se sentaba en un banco del parque a ver llegar al frío que precedía los anocheceres. Perdía la mirada entre la gente. Se fijaba en lo ocupados que estaban todos. Nadie tenía ni 3 segundos de su agitada vida para echar una mirada a esa chica que les clavaba los ojos mientras se erizaba el vello de su piel. Pero un 20 de agosto eso cambió.
"Es el típico chico cuyo mundo gira en torno a unos cascos. Cree que lo que sea que esté escuchando será más bonito que el sonido del silencio atronador de una ciudad", pensó Susan, mientras le clavaba los ojos en la nuca. "Quieto. Para. Deja de caminar y de ignorar la magia de una ciudad vida", le gritaba, muda por la costumbre de que nadie la escuchara. Pero cuando Susan estaba a punto de concentrarse en otro cualquiera, el chico se detuvo. Se giró, y la miró. La atravesó con unos ojos tan llenos de cariño que Susan no pudo evitar que sus mejillas se tiñeran de rojo fuego.
El chico se acercó y, sin preguntar nada a Susan, le tendió la mano. Ella no se lo pensó dos veces. Se perdió en los ojos de él, le dio la mano, y le llevó a su casa. Fueron todo el camino, hasta aquella cama con las sábanas recién cambiadas, sin pronunciar una sola palabra. Él se sentó en el sillón que había en la esquina de la habitación de Susan, mientras ella iba quitándose ropa a la vez que bailaba para él al ritmo de una música que nadie más podía escuchar. Él la miraba, entreteniéndose en cada pliegue de su piel. La vio revolcarse una y otra vez en la cama, totalmente desnuda y sin parar de reírse, disfrutando con cada arruga nueva. Cuando Susan perdió la noción del tiempo, le miró. Sin mediar palabra, sólo hablando con los ojos, le dijo que se tumbara con ella. Él se acercó, y se arrodilló al borde de la cama. Ella volvió a mirarle con aquellos ojos desbordantes de cariño sin destinatario. Él supo que sería la persona a la que querría vestir de besos cada noche y cada mañana durante el resto de su vida. Entonces, y sólo entonces, ella le dijo, con los ojos más abiertos y más llenos de ilusión del mundo:
"Crearé un mundo propio. Un mundo en el que nada de lo que se tenga miedo podrá existir. Un mundo de miradas, susurros, caricias, abrazos, besos y más besos. Ese será mi mundo y, mientras te quedes ahí, conmigo, nada irá mal".

Susan me contaba todo esto en cartas. Cartas que me escribía no para que yo leyera, sino porque para ella escribir era la única manera de volverse tan eterna como sus miradas.

martes, 16 de diciembre de 2008

Desiderata.

Deseo darte delicias diseñadas, destruir desaprovechadas distancias denormales, disfrutar de distintas dentelladas, desafiar días, despuntar despedidas, dibujar docentes dictando diversión. 
Dos, doce, diez, dieciséis, dieciocho, doscientas docenas de dolores diferentes. 
Dioses demoníacos deambulan desconcertados, discuten desconsoladamente, descubren derechos de decisiones decoloradas. 
Dime dónde debo descansar, dónde dormir, dónde disfrutar. Derrite disfraces de duendes distraídos, destapa deseos dependientes de dulzura.
Dame disculpas divinas de donantes de deseos. Dispara datos desbocados, desesperadamente desbordados. 
Diversión dantesca dibujada dentro de discotecas distorsionadas desde desgastes desandados de destinos dirigidos. Destinar desidia desenfocada. Devorar desastres dilatados. 
Destierra destinos. Desgasta deseos. 

lunes, 15 de diciembre de 2008

[Lust] (políglota)

Quiero aprender el sabor de tu orgasmo, quiero sentir que acaloro tu cuerpo. Quiero notarte las ganas, quiero morderte, arañarte, sentirte, chuparte; quiero arrancarte gemidos a besos, quiero que respires al ritmo de la música que tocan mis caricias, quiero robarte sueños con palabras. Quiero enseñarte lo que es el placer
Quiero marcarte la vida y la piel. Quiero que me odies porque no puedes olvidarme. Que te mires al espejo y recuerdes los arañazos de tu espalda, los mordiscos de lo que ya no es espalda. Que no olvides los restos de chupetones que siempre pedías con ojos sumisos. Quiero que en tu pecho siempre esté mi cicatriz. 
Quiero violarte el alma, que hoy tengo ganas de ti. 



Dos almas en una vida.

De lunes a viernes universidad, clases, teoría, prácticas, más prácticas, pasar apuntes a limpio, estudiar mucho y dormir poco. Dolor de cabeza los miércoles por la tarde. Alemán los viernes por la tarde. Los viernes por la noche no sales, porque estás tan cansada que sólo tienes ganas de dormir.
Sábado. Madrugar. Estudiar. Las prácticas, acabarlas de una vez. Comer, en familia. Y volver a estudiar con la comida todavía en el esófago. Cenar. Ducharse intentando quitarse de encima el dolor de cabeza. Quedar. Salir. Por fin un poco de relax... Volver a casa a las 4 y pico, cansada, pensando que harías cualquier cosa por no tener que volver a casa una noche. Sólo una noche...
Domingo. Levantarse lo más pronto posible, con más cansancio aún que un lunes, desayunar algo y ponerse a estudiar en un desesperado intento de poner todo al día antes de empezar la semana. Comer, y otra vez a estudiar con la comida todavía en el esófago. Cenar, acabar las prácticas y entregarlas cinco minutos antes de las doce. Cinco minutos antes de la fecha límite. Ducharse y querer que mañana sea sábado por la noche otra vez. Y pasado. Y siempre. Acostarse y pensar que tienes que estudiar un poco más de lo que estudias para acabar pronto y poder irte a vivir a otro sitio. Cambiar de vida, no de compañía. Pensar en él mientras cierras los ojos y piensas: joder, y mañana lunes otra vez...
Y sueñas que descansas, porque en la vida real no puedes. Sueñas que sueñas que vuelas, que sientes, que disfrutas, que ves una película de esas geniales que sólo encuentras una vez al año.
Sueñas que confundes copos de nieve con besos, y sales a la calle a disfrutar del temporal, y a dejar que no quede seco ni un solo poro de tu piel. Sueñas que confundes bolazos de nieve con orgasmos. Sueñas que te tumbas sobre la nieve con una sonrisa enorme en la cara, mientras disfrutas de los copos de nieve que caen suaves sobre ti, y de las bolas que él te tira intentando despertarte... Porque no hay mejor despertar que con él al lado. Y abres los ojos y te deslumbra la luz de la luna. De esa luna que él ha subido para ti, porque te encanta.
Dos vidas. Eres consciente de que vives dos vidas. La que tienes que vivir, real. Y la que realmente quieres vivir, soñando.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Por qué...

- ¿Por qué no te gusto?

- ¿Por qué te gusto yo a ti?

- Me gustas porque cada vez que te miro sólo quiero que el mundo se pare y sólo quedemos nosotros.
Pero empiezo a estar harta. No quiero tener que luchar por todo... ¿Por qué no puede venir a mí una vez? ¡Sólo una vez! Estoy harta de tener que ir yo buscando mi destino. Quiero que, por una vez en la vida, me encuentre él. Quiero poder dejarme llevar, quiero poder sentir que bailo al ritmo que gira el mundo, no quiero que gire porque yo lo empujo...

- ...

- Pero... ¡dime algo! No te quedes ahí quieta y callada, ¡como si no pasara nada! Sabes que odio el silencio...

- Sí, pero ¿por qué?

- Hay demasiado.

- Cada día me levanto, arrastro los pies hasta el espejo y odio a la persona que está al otro lado. Odio a la persona que no es capaz de quererte como mereces. Odio a la persona que tú quieres, por la que sueñas, por la que sufres; la odio porque no se merece lo que le das...

- Marta...

- ¿No decías que no te gustaba el silencio?







Pensaba que tan solo se podía echar de menos aquello que has tenido alguna vez... Yo nunca te he tenido y, sin embargo, vivo atada a la obsesión de perderte sin querer.
Vengo de un mundo de imposibles, y allí los sueños son posibles. Y yo he soñado alguna vez que tú y yo eramos felices y nada se podía interponer...
Y no paro de pensar qué haría si no estás... Pero esto es demasiado para mí, saber que no puedo hacerte feliz...
¿Qué voy a hacer si te he dado lo que soy? Pero para ti nada es suficiente...

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Celos...

... que me controle los celos... No niego que yo los tenga, pero si los tengo son porque te quiero ...





Sólo hay una cosa que nunca echaré de menos: discutir. (Contigo)

lunes, 1 de diciembre de 2008

Luces, cámara y... acción!!

Vuelves a casa, de la universidad. Estás cansada. Entraste a clase a las 8 y media, y has salido a las 3. Llevas media hora cargando con apuntes que no entiendes, y todavía te queda otro cuarto de hora hasta llegar a casa. Hasta llegar a casa, prepararte un bocadillo asqueroso, y comer rápido antes de ponerte a estudiar, en un inútil intento de poner todo al día.

Vas pensando en lo aburrida que es tu vida cuando, de repente, notas un tirón en el bolso que hace que pierdas el equilibrio y compruebes que tus más de 200 folios de apuntes sin numerar no son inmunes a la ley de la gravedad.

Reaccionas rápido, sueltas los pocos que te quedaban entre los brazos, y echas a correr detrás del cabrón que te ha robado el bolso, mientras pides a gritos que alguien te ayude y llame a la policía. Tuerces una esquina. Miras. No le ves. Piensas: "mierda, le he perdido!". Y entonces sientes que te tapan ojos y boca, te agarran por la cintura y te meten a un coche. No entiendes cómo han podido contigo, con las patadas que has soltado (al aire, supones). Notas que el brazo alrededor de tu cintura ya no te aprieta tan fuerte, pero antes de que te haya dado tiempo a intentar librarte de la mano que te tapa los ojos, notas el filo de la navaja que tienes en el cuello.

Has tenido dos décimas de segundo para pensar "joder, qué hago?!?!" antes de que una voz masculina te diga un "ni se te ocurra moverte", que te suena más sensual que todos los "te quiero" que te han dicho hasta entonces. Te destapa los ojos. La luz te ciega. Vuelves a cerrarlos. Los abres un poco. Enfocas. Los abres del todo. Y ves que tienes delante al tío más cachondo del mundo, mirándote, con más deseo en los ojos del que has visto nunca. Apartas tu mirada de él, y te odias a ti misma por verle tanto morbo al cabrón que ha hecho que tus más de 200 folios de apuntes sin numerar se esparzan por toda la puta calle. Y le odias a él. Porque, joder!, tenía que robarte el bolso a ti, precisamente a ti, que no llevas ni 30 € de mierda. Giras la cara hacia él otra vez, y le ves ahí, desnudándote con la mirada, y pensando que tu cuerpo estaría mucho mejor sin tanta ropa por encima, y con media docena de arañazos hechos por él y por sus ansias de descargar la bomba que tiene en sus pantalones.

En un intento de borrar tales pensamientos de tu sucia mente, miras el asiento del conductor. El intento de hombre que está sentado en él te ve por el retrovisor, y te pide lo más educadamente que puede que dejes de ponerle nervioso con tu mirada, con un "qué cojones miras, puta!?". Su voz es todo lo contrario a la del chico que está sentado a tu lado, ese chico que con una mano ha empezado a tocar lo que pocos te han tocado, y con la otra sigue haciéndote cosquillas con la navaja en el cuello; algo que te excita más de lo que nunca habías imaginado. El chico de la voz sexy le dice al que conduce que no te hable así, que no les has dado problemas, que has hecho lo que querían que hicieras. Al conductor no le gusta que le deje en ridículo delante de ti, y empiezan a discutir. El chico sexy se cabrea mucho y, en un intento de aumentar su expresividad con gestos obscenos, te suelta y aleja la navaja. Y tú ves que es la mejor oportunidad (puede que incluso la única) de salir corriendo de allí, de escapar de ese par de idiotas que te creían tan indefensa que ni siquera se habían molestado en trancar el coche.

Abres la puerta y sales del coche antes de que les de tiempo a ver lo que intentas hacer. Notas más de 200 pulsaciones por minuto en tu corazón. Y empiezas a correr lo más deprisa posible por ese camino que no tienes ni idea de a dónde conduce. Notas las miradas de ellos clavándose en tu espalda y, de repente, empiezas a oír carcajadas demasiado sonoras. Es entonces, y sólo entonces, cuando te das cuenta de lo estúpido que es correr intentando escapar de un coche. Giras, te sales del camino, y te metes entre los árboles, por donde no cabe el coche. Oyes que ellos se han bajado del coche y corren detrás de ti. El chico de la voz sexy te grita que es mejor que no intentes escapar, que no sabes dónde estás, y que es mejor estar con ellos que perdida. "Y una mierda", piensas. Oyes que el conductor se ha cansado de correr y ha vuelto a por el coche. Miras hacia atrás, el chico corre mucho más que tú, cada vez está más cerca, y tú cada vez más cansada, y con más arañazos de los que te habría hecho él, por culpa de los putos árboles. Y entonces, plof. Ahí está, el tronco que sale en todas las películas. Ese tronco con el que siempre tropiezas y te caes, y te rompes algo y no puedes volver a correr. "Joder", piensas; "vaya día que llevo...", mientras te miras la pierna y ves la enorme herida que deja ver la raja que se ha hecho en tu pantalón. De la que intentas levantarte, miras hacia donde venías corriendo y, antes de que te dé tiempo a equilibrarte, ves que el mazico con voz sexy está haciendo el mejor salto del tigre que has visto en la vida.

Mientras estás cayendo de espaldas al suelo, agarrada a él, le echas un último vistazo antes de volver a forcejear, y ves al tío bueno mirándote con esa cara de loco baboso que tanto te pone. Imaginas que al caer él quedará encima de ti, a horcajadas, como en una película porno de esas duras, que tanto te gustan. Y piensas si él sabría cómo eras y lo que te gusta antes de robarte el bolso, si sabría lo caliente que te iba a poner todo esto. Y entonces notas el suelo. El suelo, y una piedra contra tu cabeza. Y maldices todo lo que se te ocurre antes de quedar inconsciente, por no tener una cabeza lo suficientemente dura. Y notas que se te cierran los ojos sin que puedas hacer nada...


... y entonces abres los ojos poco a poco, para ver una consola llena de errores de compilación de la práctica de java que tienes que entregar en 2 días. Y piensas: "joder, creo que prefería correr delante del ladrón-violador-macizo-y-con-voz-sexy..."





(Texto absurdo escrito al dejar volar la imaginación en un intento de echar a correr lo más lejos posible de esa maldita consola... )