domingo, 11 de noviembre de 2012

Sentir


Marta echó a correr bajo aquel atardecer rojo miedo. Miedo porque cada dos minutos sentía en su garganta ese nudo hecho de desesperación, celos y locura por no ser lo que quería ser. Por no ser ni la mitad de lo que debería haber sido. Por dejarlo todo a medias, por no terminar las cosas, por no decir lo que pensaba, por fallarse.

Y contaba los segundos y sus pasos. De uno en uno, de dos en dos, de diez en diez. Contaba y contaba intentando tragarse el nudo y las lágrimas, porque sabía que no era suficiente para Dani, porque sabía que él algún día se daría cuenta también y la dejaría. Y ella nunca, nunca antes había tenido miedo. No es que nunca hubiera amado, o que nunca hubiera perdido... Ella había querido con todo su corazón y parte de su rabia, había querido como quien quiere a un gato abandonado, y había fingido querer. Pero nunca había sentido que no era ella quien controlaba la situación. Siempre se había sentido adorada, siempre había sabido que los otros lo dejarían todo por ella, que la necesitaban. Sentía que era ella quien decidía, quien había escogido conformarse con ellos. Hasta que se cansaba, y cortaba de raíz sus relaciones y su pelo.

¿Y ahora qué? Ahora nada, ahora miedo y angustia, ahora vomitar de ansiedad y huir corriendo. Ahora insomnio y horas en blanco. Ahora sentía, por fin. Ahora que ya había perdido la fe, ahora que sentía que ya no quedaba nada de lo que había sido una vez, que los sueños que había tenido de pequeña ya no eran nada, ahora que creía que había madurado, que se había vuelto independiente, ahora... Ahora llegaba él y llenaba su vida fácil de amor y dudas y miedo y un sexo brutal. Lo mejor y lo peor, el cielo y el infierno en una sola persona.

A veces, Dani veía su mirada perdida y el reflejo de ese miedo, o dudas, o no sabía muy bien qué. Y siempre le preguntaba a Marta qué estaba pensando con unos ojos llenos de cariño y dulzura. "Nada", decía ella. Siempre nada. Y él insistía, una o dos veces más, obteniendo siempre la misma respuesta. Hasta que se cansaba, fingía creérselo, y ella fingía que no sabía que él fingía. Sonreía e intentaba salir de sus pensamientos dándole un beso, provocándole, haciéndole pensar en la otra cosa.

Y es que eso era parte de lo que le preocupaba a Marta. Dani siempre hablaba mucho, siempre le contaba historias, le hablaba de gente, le recordaba con cada palabra que decía que había vivido más vida él en un año cualquiera que Marta en todos sus 24. Marta supo desde el principio que no era buena para él, que no era suficiente, que no tenían nada en común. Pero se negó a renunciar. Quiso hacerlo, le escribía mensajes, muchas veces, que nunca consiguió enviar. Dejándole, diciéndole que no le necesitaba y que no quería seguir con él... pero no podía enviarlos, porque no había una sola verdad en todo lo que le decía. Marta le quería, le necesitaba, era él quien le recordaba con cada mirada lo que era SENTIR.

Aquel día Marta había acumulado demasiada mierda que no era capaz de digerir. Le dio un beso tranquilo y triste, y dejó que él se fuera. En cuanto se dio la vuelta echó a correr. Corrió y corrió como si se hubiera pasado la vida corriendo. Como si fuera la pérdida lo que la perseguía. Sin darse cuenta, algo la hizo ir frenando hasta detenerse. Se fijó en el letrero del local en el que se había parado, y entró. Parecía íntimo, con gente amable. Y entonces lo vio claro. Se sentó, esperó su turno y, después de 20 minutos de espera, pasó a la habitación. "¿Dónde lo quieres?", le dijeron. "En las costillas, cerca del corazón. Que duela."

1 comentario:

Liki Fumei dijo...

Tiene ritmo... y hace sentir la ansiedad del descontrol.