lunes, 23 de febrero de 2009

Vives.

Pero vives sin tener muy claro por qué, ni para quién. No entiendes qué sentido tiene una vida tan efímera como la de un gato atropellado. Que, igual que viene, se va. O incluso más rápido. Quieres una inmortalidad que no alcanzas, te planteas dejar de vivir sólo por existir, sin ninguna otra razón que escuchar un reloj que nunca deja de sonar. Un segundero implacable, que se va comiendo sin compasión tus relativamente pocos segundos de vida. Los felices y los tristes. Los que aprovechas, los que desperdicias llorando y lamentándote de que nunca serán suficientes. Ves que nadie piensa en la muerte tanto ni tan intensamente como tú. Ves la gente feliz, riendo sin ningún sentido, sólo por estar vivos. Y tú... tú ahí, en un puto rincón del mundo, rabiosa por saber que no lograrás despreocuparte como ellos. Y lo preparas todo para ser, hasta cierto punto, inmortal. Conoces gente, y les haces pensar. Haces que, pase lo que pase, te recuerden en ciertos momentos de la vida. Les cambias los esquemas y la forma de pensar. Escribes. No sabes qué ni para quién, pero escribes. Sólo dejas que tus dedos plasmen las palabras que se atropellan en tu cabeza. Intentas crear un "tú" inolvidable, porque crees que al final la única muerte posible es el olvido. Y el día que crees que al menos alguien te recordará siempre, lo preparas todo. Lo dejas todo listo para que nadie se preocupe más de lo necesario por tu desaparición. Pero no contabas con él. De camino a casa, de camino a la muerte, él se cruzó en tu camino. No le miraste, ni te miró él a ti. Pero vuestros antebrazos se rozaron, y vuestras almas dieron media vuelta con tanta fuerza que no pudisteis impedir girar vuestras cabezas para ver quién había sido el culpable de que ahora te costara más seguir caminando tan decidida hacia el fin.
Él. Nunca le llamaste por su nombre. Siempre fue Cariño, o Cielo. A veces fue Corazón. Otras veces fue sólo un gemido en mitad de la noche. Para los demás, era simplemente Él. Para tí lo era todo. Fue el extraño que se interesó por la chica de ojeras profundas y mirada triste, la chica despeinada de aire despistado. Él hizo que entendieras lo que hacía sonreír a la gente, lo que les hacía vivir y no temer a la muerte; lo único que puede hacernos inmortales. Él hizo que descubrieras el amor.

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