jueves, 25 de diciembre de 2008

Soñadora.

Susan siempre fue una soñadora.
Le encantaba ir sonriendo por la calle, y ver cómo la gente se reía al no entender su absurda alegría.
Se pasaba las estaciones esperando a que llegara el invierno con su nieve. Gastaba anocheceres mirando por la ventana, ansiosa de ver copos de nieve cuajando en las aceras. Y, entonces, salía a la calle. No importaba el frío que hiciera, cuánto nevara, o lo tarde que fuera. Siempre salía. Y salía descalza. Porque le encantaba notar cómo se deshacía poco a poco la vida bajo sus pies. Sí; le encantaba ver cómo la gente se reía al no entender el por qué de su absurda alegría.
Cambiaba las sábanas de su cama dos veces a la semana. Las planchaba hasta que no tenían ni una sola arruga, porque le encantaba tumbarse y dejarlas llenas de cicatrices mientras ella no paraba de dar vueltas y reírse al ver lo efímero de todo.
Susan siempre fue muy coqueta.
Aunque no lo reconocería, siempre le gustó que los chicos se quedaran mirando su cara de despistada cuando iba paseando por la calle.
Los sábados la miraban porque era la chica más guapa de la ciudad. Susan decía que los sábados había que celebrarlos. Y cada vez que le preguntabas por qué, se inventaba una excusa diferente.
Los domingos la miraban porque siempre iba vestida 3 tallas más que la suya. Susan decía que los domingos eran el día del descanso universal, que los domingos no eran el día para ponerse guapa. Decía que, además, verse pequeña dentro de ropa grande era un reflejo de lo grande que creía que era el mundo para ella.
De lunes a viernes, Susan era una chica normal. Pero rodeada de un encanto al que nadie escapaba.
Al salir del trabajo, de camino a casa, se sentaba en un banco del parque a ver llegar al frío que precedía los anocheceres. Perdía la mirada entre la gente. Se fijaba en lo ocupados que estaban todos. Nadie tenía ni 3 segundos de su agitada vida para echar una mirada a esa chica que les clavaba los ojos mientras se erizaba el vello de su piel. Pero un 20 de agosto eso cambió.
"Es el típico chico cuyo mundo gira en torno a unos cascos. Cree que lo que sea que esté escuchando será más bonito que el sonido del silencio atronador de una ciudad", pensó Susan, mientras le clavaba los ojos en la nuca. "Quieto. Para. Deja de caminar y de ignorar la magia de una ciudad vida", le gritaba, muda por la costumbre de que nadie la escuchara. Pero cuando Susan estaba a punto de concentrarse en otro cualquiera, el chico se detuvo. Se giró, y la miró. La atravesó con unos ojos tan llenos de cariño que Susan no pudo evitar que sus mejillas se tiñeran de rojo fuego.
El chico se acercó y, sin preguntar nada a Susan, le tendió la mano. Ella no se lo pensó dos veces. Se perdió en los ojos de él, le dio la mano, y le llevó a su casa. Fueron todo el camino, hasta aquella cama con las sábanas recién cambiadas, sin pronunciar una sola palabra. Él se sentó en el sillón que había en la esquina de la habitación de Susan, mientras ella iba quitándose ropa a la vez que bailaba para él al ritmo de una música que nadie más podía escuchar. Él la miraba, entreteniéndose en cada pliegue de su piel. La vio revolcarse una y otra vez en la cama, totalmente desnuda y sin parar de reírse, disfrutando con cada arruga nueva. Cuando Susan perdió la noción del tiempo, le miró. Sin mediar palabra, sólo hablando con los ojos, le dijo que se tumbara con ella. Él se acercó, y se arrodilló al borde de la cama. Ella volvió a mirarle con aquellos ojos desbordantes de cariño sin destinatario. Él supo que sería la persona a la que querría vestir de besos cada noche y cada mañana durante el resto de su vida. Entonces, y sólo entonces, ella le dijo, con los ojos más abiertos y más llenos de ilusión del mundo:
"Crearé un mundo propio. Un mundo en el que nada de lo que se tenga miedo podrá existir. Un mundo de miradas, susurros, caricias, abrazos, besos y más besos. Ese será mi mundo y, mientras te quedes ahí, conmigo, nada irá mal".

Susan me contaba todo esto en cartas. Cartas que me escribía no para que yo leyera, sino porque para ella escribir era la única manera de volverse tan eterna como sus miradas.

1 comentario:

Lorena Perez dijo...

Mi querida Eva... me has sorprendido con tan bella, apasionada, romántica y conmovedora historia...

En partes soy como Susan :)

Tal vez, la mayoría tengamos algo de Susan, solo que ella se anima a expresarlo y disfrutarlo...

Me encantó!!
Besos!!!